con todo y congas en Moritzplatz, es decir, tan solo a una parada de distancia de nuestro destino final. Maldita sea. Ya en el andén nos pidió nuestras identificaciones y yo procedí obedientemente a entregar mi pasaporte azteca, ni modo, pero Di agitó la cabeza como recriminándome una aberrante estupidez. Durante los segundos que el Wómbat invirtió en hojear mi pasaporte, tratando de encontrar la hoja con mi horripilante foto, noté que Di se había hincado y hurgaba algo por debajo de las congas, como si su identificación estuviera alojada ahí dentro, lo cual me pareció muy extraño, o sospechoso, porque además Di me lanzaba unas miradas intensas y furtivas, alzando las cejas como para transmitirme un mensaje en clave morse. Chto? Entonces Di se puso de pie intempestivamente, cargando las congas desde la base, y acto seguido soltó un contundente manotazo con el cual mató dos pájaros de un tiro, es decir, le arrancó mi pasaporte al Wómbat y mandó por los suelos su terminal bancaria, la cual se estrelló dolorosamente contra el piso dejando al descubierto sus entrañas de cables y microchips. ¡Blyat! Su gesto me tomó tan desprevenido que por instinto me agaché para ayudar al bigotón a recoger su difunto aparato, pero cuando alcé la vista, vi que Di ya estaba subiendo de tres en tres los escalones hacia la salida, con las congas rebotando por la espalda, y el saberme abandonado y cómplice me infundió tanto pánico que yo también me eché a correr por el andén en dirección contraria, hacia las otras escaleras, mientras atrás de