una batalla en la que todavía hoy se sigue combatiendo, contra hombres e instituciones como aquellos. Los errores y los males del pasado no son nunca pasado y es preciso vivirlos y juzgarlos de continuo en el presente si queremos ser de veras historicistas. Decir que el pasado ya no existe –que la tortura institucional ha sido abolida, que el fascismo fue una fiebre pasajera que nos ha vacunado– es de un historicismo de profunda mala fe, cuando no de profunda estupidez. La tortura sigue existiendo. Y el fascismo sigue vivo.