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el miedo que siento ante ti y sus consecuencias crean un obstáculo, y porque la magnitud del asunto supera con creces mi memoria y mi comprensión

habías trabajado arduamente toda tu vida y lo habías sacrificado todo por tus hijos, especialmente por mí; por consiguiente, yo vivía “como un príncipe”, había tenido toda la libertad de estudiar lo que quisiera, no había tenido ningún motivo para preocuparme por la alimentación, ni por ninguna otra cosa en absoluto.

Y, por cierto, me lo reprochas como si fuera mi culpa; como si yo hubiera podido configurar todo de otra manera con un simple giro del timón, mientras que tú no eres culpable en absoluto, a no ser por haber sido demasiado bueno conmigo.

Habría sido feliz de tenerte como amigo, como jefe, como tío, como abuelo, incluso (aunque con un poco más de vacilación) como suegro.

tal vez fuiste más alegre antes de que tus hijos, especialmente yo, te decepcionaran y te afligieran en casa (si llegaban extraños, eras en verdad diferente)

tampoco creo que una palabra amigable, tomarme suavemente por la mano y una mirada comprensiva no me hubieran podido persuadir de hacer todo lo que se me pidiera.

Solo recuerdo directamente un incidente en los primeros años. Tal vez tú también te acuerdas. En cierta ocasión yo lloriqueaba en la noche pidiendo agua, no porque tuviera sed, sino, probablemente, en parte por molestar y también para entretenerme. Después de que ciertas advertencias severas resultaran infructuosas, me levantaste de la cama, me llevaste a la terraza y me dejaste allí solo un rato, en camisa de dormir, de pie frente a la puerta cerrada. No quiero decir que fuera algo incorrecto, quizás en esa época en verdad no había otra forma de conseguir el descanso nocturno, pero con ello quiero caracterizar tus métodos de crianza y el efecto que tuvieron sobre mí. Después del incidente fui más obediente, pero sufrí un perjuicio interior. Nunca pude conciliar de manera acertada la obviedad de pedir insensatamente agua y el extraordinario y horripilante hecho de ser llevado afuera de la casa. Aun años más tarde me perseguía la visión torturadora de que ese hombre gigantesco, mi padre, la última instancia, llegara y prácticamente sin ninguna razón me sacara de la cama en la noche y me llevara a la terraza de la casa y que yo no fuera nada para él

Más bien era que evidentemente siempre tenías que causarle decepciones al niño, dada tu naturaleza antagónica.

Siempre me resultó incomprensible tu completa insensibilidad frente al dolor y la vergüenza que podías infligirme con tus palabras y juicios

Solo empezaron a ser deprimentes para mí cuando tú, el ser humano enorme, determinante, no observabas los mandamientos que tú mismo habías impuesto.