Me había negado a dormir con esa túnica rasposa que mi padre insistía en que me pusiera aun a falta de cualquier prueba que demostrara cuál era la ropa de dormir y la diurna que vestían los britanos; pero, incluso a través del pijama de felpa, el jergón relleno de paja pinchaba, olía a granja y crujía como si hubiera unos mamíferos diminutos retozando en él cada vez que me movía.