su cinturón de cuero de la Edad del Hierro. Ponte de pie contra ese árbol, dijo, un serbal no mucho más alto que yo, sobre cuyo tronco, no más ancho que mi cara, apoyé mi frente; y cuando él alzó el brazo, me golpeó y volvió a alzarlo, mientras el cinturón restallaba en el soleado aire, me concentré en el árbol que estrechaba con mis manos, en las células de sus hojas haciendo la fotosíntesis con el sol de la tarde