Klein sugiere, a partir de este Yo precoz, que los niños son portadores de determinadas características congénitas, lo que hoy vendríamos a denominar como temperamento, que de un modo u otro marcarán sus relaciones con los demás. A partir de este temperamento, y en función de los cuidados recibidos, el niño inicia un doble proceso: a) de introyección de los objetos externos —de entrada, las figuras personales más importantes para él—, y b) de proyección sobre los mismos —proyección de sus impulsos y percepciones—, que iniciará la constitución de lo que ella llama los objetos internos.