Desde que tengo uso de razón sufro de almorranas. Durante muchos años pensé que no podía decírselo a nadie, ya que las almorranas sólo les salen a los abuelos y siempre me parecieron muy impropias de una chica. ¡Cuántas veces habré ido al proctólogo! Pero el hombre me aconsejaba dejarlas donde estaban mientras no me causaran dolor. Y dolor no me causaban. Sólo me picaban. Para remediarlo, el doctor Fiddel, que es mi proctólogo, me recetaba una pomada de zinc.