Dejarlos aquí… ¡Dejarlos aquí! —Mi madre estuvo dándole vueltas a esas palabras—. ¿Y tú qué dices, Dorothy?
»Yo permanecí callada. La verdad sea dicha, jamás me había separado de ella en toda mi corta vida. Nunca se me había pasado por la cabeza el deseo de vivir alejada de ella, ni de disfrutar de ningún placer sin su compañía, hasta…, hasta aquellos últimos tres meses.
»—Madre, no te imagines que yo…
»Pero aquí me topé con los ojos del señor Everest y me interrumpí.
»—Le ruego que continúe, señorita Dorothy.
»Pero no, yo no habría sido capaz. Tenía un aspecto tan ofendido, tan dolido, y los dos habíamos sido tan felices juntos…