La verdad acogida por imposición o por tradición, sin la intervención personal de la libertad, no es verdad. La verdad de Dios es verdaderamente abrazable sólo cuando se ha superado la batalla contra la misma. No es posible ser «colocado» en la fe. La fe como «hábito» es imposible. La fe es una continua lucha «contra Dios» y una continua victoria sobre la duda. La fe no es tal si la profesión «yo creo» no está continuamente acompañada por la oración en la que se aquieta el desafío a Dios, que dice: «Señor, ayuda a mi incredulidad».