Algo interesante que recuerdo es que, cuando estaba solo en el vagón del tren que me llevaba desde Jaboatão hasta Recife para estudiar –y que demoraba cuarenta y cinco minutos en recorrer dieciocho kilómetros, porque paraba en todas las estaciones–, lo que viajaba allí sentado era mi cuerpo físico. En mi imaginación, yo daba una clase sobre la sintaxis del pronombre “se”. Daba cuarenta y cinco minutos de clase y si alguien me tocaba y despertaba, no sabía decir dónde estaba.