l precio no era caro: la esperanza, la ilusión y la intriga que podían adquirirse por apenas tres peniques por cabeza. Porque, cuando el cupón ya se había rellenado y se había echado al buzón de correos, representaba una opulencia incalculable hasta que llegaban los periódicos con los resultados y la desilusión, pero nunca se producía una auténtica decepción