¿Perdone usted, señora?
–¡La tienda de vestidos de Dior, ya se lo he dicho!
El empleado de las líneas aéreas se había enterado perfectamente, pero su cabeza, acostumbrada a lidiar con toda clase de emergencias y casos extraños, era incapaz de entender la relación entre una señora de la limpieza londinense, que formaba parte del amplio ejército que salía todas las mañanas a quitar la mugre de las viviendas y oficinas de la ciudad, y el centro de moda más exclusivo del mundo, y siguió titubeando.
–Vamos, póngase en marcha –le ordenó la señora Harris con brusquedad–, ¿se puede saber qué tiene de raro que una señora venga a París a comprarse un vestido?