eneraciones de evangélicos aprendieron a temer a los comunistas, a las feministas, a los liberales, a los humanistas laicos, a los «homosexuales», a las Naciones Unidas, al Gobierno, a los musulmanes y a los inmigrantes, y estaban preparados para responder a esos miedos buscando a un hombre fuerte que los rescatara del peligro, un hombre que encarnara la masculinidad testosterónica dada por Dios.