Y después se lo conté todo. Todas y cada una de las mentiras, joder.
Ella estaba sin aliento.
—¡No! Richard… ¿por qué lo has hecho? Lo tenías todo. ¡Tenías todo lo que querías! ¡Todo aquello por lo que tanto habías luchado! ¿Por qué has renunciado a todo?
La aferré por los brazos y la zarandeé con delicadeza.
—Katharine, ¿no lo entiendes? ¿No lo ves?
—¿Qué es lo que tengo que ver? —gritó.
—¡No lo tenía todo! ¡No sin ti! No tenía nada y, sin ti, lo que tuviera no significaba nada. ¡Lo único real que he tenido, lo único verdadero, eres tú!
Abrió los ojos de par en par mientras movía la cabeza.
—No lo dices en serio.
—Estoy hablando completamente en serio. He venido aquí por ti.
—¿Por qué? No me necesitas.
Le pasé las manos por los brazos, por los hombros y por el cuello, y le tomé la cara entre ellas. Esa cara tan hermosa, pero de expresión exhausta.
—Sí te necesito. —La miré con decisión y dije las palabras que solo había pronunciado una vez en la vida. En aquel entonces, las dije con mentalidad infantil, y las palabras carecían de significado. En ese momento, sin embargo, lo eran todo—. Te quiero, Katharine.