—Es duro vivir en la cuerda floja, ¿verdad? —Los ojos de rapaz tenían un aire burlón entre sus cercos oscuros—. Así estuve yo años y años, Pencho. Desde que pasé el primer alijo por Gibraltar, terminada la guerra. O cuando compré el banco, preguntándome en qué me iba a meter. Esas noches sin dormir, con todos los miedos del mundo en el pensamiento… —sacudió brevemente la cabeza—. De pronto, un día descubres que has cruzado la meta y que todo te da lo mismo. Que los perros no te alcanzarán ya, por mucho que ladren y corran. Sólo entonces empiezas a disfrutar de la vida, o de lo que te queda de ella.