Dentro de los muros, perros y ovejas transitaban con total libertad transformando en un estercolero lo que pudo ser un jardín. Apenas casada, Oropelia intentó plantar flores y árboles frutales, pero cualquier brote sucumbía bajo el hambre perpetua de las ovejas o se quemaba por el orín de los perros. Tal vez aquello fue el primer símbolo del poder de su esposo, de la supremacía del estiércol sobre las rosas.