Cuántas y cuántas veces me habré dicho que fue una pena no haber tenido la ocasión de pasar más tiempo con ella. De no haber podido impregnarme de su saber, de su sensatez, de su paciencia. Pero no. Yo tenía prisa. No me conformaba. No me dejaba ahormar. No podía hacer como los demás. Ni seguir en esa noria triste y herrumbrosa que me había tocado vivir. No era ambiciosa, pero tenía muy claro lo que no quería para mí.