Los zorros bufaron y se movieron inquietos, pero la bruja los ignoró y cerró los ojos, intentando sacar la voz del chico y su pregunta de su corazón y de su mente.
Pero ya había quedado firme, sinuosa y profunda, repitiéndose como una canción, como una súplica, como una plegaria.
Y tú, ¿qué deseas?
Y tú, ¿qué deseas?
Y tú, ¿qué deseas?