Más allá de la imitación como tal, la naturaleza nos apoya en procesos industriales que, de otra manera, resultarían muy costosos. Por ejemplo, determinadas bacterias resultan muy útiles en la depuración de aguas residuales, en la obtención de compost o en la recuperación de suelos contaminados, pues son capaces de biodegradar muchas de las sustancias no deseadas en ellos. En el primer caso, además, los microorganismos anaerobios —es decir, que viven en ausencia de aire— generan biogás, que puede ser transformado en electricidad, convirtiendo así nuestros desechos más innombrables en una fuente de energía. El biogás es, al fin y al cabo, eso que huele cuando se nos escapa una ventosidad. Se trata simplemente de obtenerlo de forma controlada y aprovecharlo a escala industrial. Otras bacterias tienen interés para la producción de biocombustibles, para la manufactura de componentes electrónicos o para la elaboración de medicamentos o cosméticos. Por no hablar de la famosa baba de caracol, que tanto predicamento tuvo en su día en los canales de teletienda. Evidentemente, para algunos procesos industriales resulta no solo útil, sino imprescindible la colaboración con la naturaleza. Uno de los más conocidos, la fermentación, llevada a cabo por diferentes especies de levadura según el objetivo que se persiga, es la base de la producción de alimentos tan variopintos como el pan, el queso, la cerveza o el vino. Ya ve, qué sería de nuestras veladas sin las levaduras…