actual virtualidad ha hecho de la escritura un tecleo estéril, no una marca que se deja sobre una superficie virgen. A las palabras les falta tamaño, plasticidad, desorden, carne. Los pixeles perfectos no se comparan al grafito: transgresor e imprevisto. La pluma es una extensión de ese yo que conoce el mundo a través del tacto. Una epidermis intercesora. Pulsión de hacer del lenguaje algo más que un signo inmaterial, sino el objeto inserto en un acontecer y que, como todo lo existente, se deteriora y muta.