Occidente había llegado a vivir “como si el mundo estuviera dividido en dos: un campo de meras representaciones y un campo de lo ‘real’; exhibiciones, por un lado, y una realidad externa, por el otro; en un orden de simples modelos, descripciones o copias, y un orden de originales” (pág. 32).
Tal régimen de orden y verdad constituye la quintaesencia de la modernidad, y ha sido profundizado por la economía y el desarrollo.
Se refleja en una posición objetivista y empirista que dictamina que el Tercer Mundo y su gente existen “allá afuera”, para ser conocidos mediante teorías e intervenidos desde el exterior.