7.
Los lugares de la infancia se vuelven mitológicos. Los recordamos hinchados, oropelados, más grandes y cálidos y galantes de lo que fueron. Más nobles. Casas, dormitorios, aulas, jardines, calles. Recordamos nuestros lugares infantiles no como realmente fueron —cosa ya baladí—, sino como hubiésemos querido que fueran.