Olympe de Gouges

¿Cuáles han sido mis crímenes, mis delitos, mis errores evidentes, como para merecer tantas infamias? ¡Cómo! ¿Un tema dramático, una obra llena de humanidad, sensibilidad y justicia ha hecho que me persigan personas que ni siquiera conozco? ¿Ese tema motiva la calumnia más oscura, enciende a mis enemigos, hace que se ensañen nuevamente conmigo? Por todas partes me veo acusada, engañada y denigrada por unos cobardes y viles calumniadores.

Les escribo desde el fondo de mi conciencia, señores, todos estos hechos innegables. Daré la prueba más genuina, y mis jueces me servirán de testigos; porque no podrán contradecirse ni desmentirse en mi presencia, si la impostura llegase en algún momento a extraviar su razón y alterar su probidad.

Una mujer, una mujer sacrificada a esta nueva tiranía, no pide ninguna reparación. Solo desea ser la última víctima, y que esta declaración pueda abrir los ojos de los magistrados que inmolaron el derecho de su causa ante el injusto interés de los actores.

La Verdad.— Temo equivocarme si me pronuncio sobre ellos; pero puedes interrogar a los que hacen elogios, verás que lo dicen todo. Esos pobres panegiristas no escriben sin interés; critican y elogian alternadamente, según sople el viento. Los ministros son como una flota diseminada en medio del huracán: los barcos agitados se golpean, chocan unos con otros, pero si al fin llegan al puerto, siempre se suele suponer que la culpa del desastre es de algún jefe.

La Verdad.— Así lo espero: pero después de este excelente trabajo, debes vigilar a tus ministros. Antes de llegar al puesto, todos parecen llenos de talento y virtud. Pero apenas asumen sus funciones, sus nobles máximas son reemplazadas por las artimañas y el recurso al crédito.

¿Qué hacer para que la escuchen, en este siglo frívolo y egoísta en que una mujer no vale un hombre en política? Todo corazón verdaderamente patriótico hallará virtuosos proyectos y felices descubrimientos. La historia de todos los países prueba con creces que las mujeres no son siempre inútiles.

Escribí en favor de mi patria, escribí en favor del pueblo desdichado.

En las épocas rigurosas y los tiempos de calamidad, hay una enorme cantidad de obreros que sufre sin el menor socorro. Por supuesto, es horrible para el género humano que una gran cantidad de hombres útiles al Estado mueran en una cruel miseria; pero es aún más peligroso ayudarlos en sobreabundancia.

Esa cabeza culpable no nos serviría para nada si cayese: esa cabeza nos ha costado demasiado caro para no obtener ningún beneficio. Los tiranos de Europa dan como pretexto a sus pueblos que nos estamos degollando unos a otros, que les declaramos la guerra para invadir sus Estados, sus fortunas, y que arrastramos al suplicio a un Rey honesto. Mientras él viva, moderarán sus movimientos; una vez muerto, ya no habrá ningún freno a su ambición y venganza; ofrezcan el perdón a este criminal, a condición de que ellos reconozcan con un procedimiento solemne la República francesa independiente.

Todo nos deja adivinar un futuro terrible, y nos obliga a concluir esta paz. Una paz no vergonzosa para nosotros, sino para los tiranos, que estarán sumamente felices de comprar el perdón de uno de sus semejantes, por el precio de una revolución que les costaría caro.

Luis muerto seguirá manteniendo al universo en la esclavitud. Luis vivo rompe las cadenas del universo, quebrando los cetros de sus semejantes.