–¿Sabes qué me gustaba de tu papá? –yo alzo las cejas ligeramente; casi nunca hablamos de mi padre–. Bueno, o sea, había muchas cosas que me gustaban de él, pero una que me encantaba más que nada era que yo sabía que podía decirle cualquier cosa, e íbamos a estar bien. Podía contestarle mal o enojarme. Podía sentirme frustrada. Y él también se frustraba conmigo. Eso es lo que pasa en una relación. Nadie es perfecto. Pero en esencia, yo sabía que me amaba por lo que era. Sabía que me aceptaba como era. Era un buen hombre por eso.