PERO, USTED, ¿NO SUFRE?
—¿Yo?
—Sí, usted.
—A veces, un poquito, cuando me aprietan los zapatos…
—Me refiero a su situación, señora —acentuó el señora, lo dejó caer hasta el fondo del infierno: se-ño-ra—, y lo que de ella puede derivarse. ¿No padece por ella?
—No.