—Veamos lo que tiene que decir la acusada. Pero antes permítaseme una pregunta estrictamente personal, señora Esmeralda. ¿No confundía usted a Julio con Livio?
Esmeralda, con la vista fija, semejaba una criatura frente a un caleidoscopio de una profundidad insondable bajo el flujo de las aguas transparentes de sus ojos; un caleidoscopio en el aire, puesto allí sólo para ella. El juez, despechado, tuvo que repetir su pregunta y Esmeralda se sobresaltó como si la pregunta le molestara:
—¿Que si los confundo? ¡Oh, no, señor juez, son tan distintos!
—¿Nunca tuvo usted una duda, un tropiezo?
—¿Cómo podría tenerlo? —respondió con energía—, los respeto demasiado.
—¿Ni siquiera en la oscuridad?
—No lo entiendo, licenciado.