Me dirigí al cuarto de baño, donde cogí una toalla y un peine que coloqué junto al fregadero al volver a la cocina. Le dije que se sentara y le puse la toalla sobre los hombros.
Empecé a preparar el pelo, concentrándome en medir los mechones. Él me había dicho que podía hacer lo que yo quisiera, y se lo iba a dejar muy corto. Quería verle la cara, y tenía la vaga sospecha de que usaba el pelo para esconderse. ¿Era mi labor despojarlo de esa protección? No. Pero me había dado permiso para ello, e iba a aprovecharme. Si no le gustaba, podía dejárselo crecer.
Dejé el peine a un lado y utilicé los dedos para peinar el sedoso cabello oscuro antes de usar las tijeras. Pasé despacio las manos entre los mechones, algo ondulados, y la sensación fue tan íntima y sensual que se le aceleró el pulso. Me moví alrededor de su cuerpo, cortando primero por detrás y luego por delante. Cada vez que pasaba la mano lentamente por su cuero cabelludo, Archer se estremecía. Me incliné hacia él mientras trabajaba con su pelo, inhalando el olor a champú y a limpio. Olía a jabón, pero también había una nota almizclada y masculina que hacía que mi vientre se tensara de deseo.
Mientras me movía delante de él, alisándole el pelo por la frente, bajé la mirada a su rostro y sus ojos se encontraron con los míos justo antes de que los cerrara con fuerza. Parecía casi dolorido, y eso hizo que se me encogiera el corazón. ¿Es que nadie le había mostrado ternura desde que murió su madre?