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Hermann Sudermann

  • Samuel Ignacio Arévalo Muñozhas quoted2 years ago
    Aprendía con Tasso a sentirme miserable y sublime; sabía lo que Manfredo iba a buscar a las heladas cimas de los Alpes; me lamentaba con Tecla de la felicidad terrestre de la cual yo había gozado, de la vida y del amor, que habían concluido para mí. Pero, por sobre todo, Ifigenia era mi heroína y mi ideal.
  • Eliza Moraleshas quoted2 years ago
    el hijo del Rey
  • Juanicohas quotedlast month
    Al fin se acercaron lentamente el uno al otro y se besaron. Pero ese mismo beso no me gustó; a mí no me habría besado de otra manera.

    —Sí, pero ni siquiera lo ha hecho—agregué para mis adentros.
  • Juanicohas quotedlast month
    —Ves, Marta—dije para mis adentros,—así es cómo me iría con él a través del vasto mundo, si fuera su querida
  • Juanicohas quotedlast month
    Y entonces me sorprendí al ver que me había erguido, orgullosa y alegre, en mi silla, invadida por un indefinible sentimiento de bienestar que me hacía correr un estremecimiento por todo el cuerpo
  • Juanicohas quotedlast month
    Y cuando al oír un ligero silbido de mis labios, ambos acudieron desde lejos dando brincos y vinieron a rozar suavemente mi cuello con sus hocicos, esperando una caricia, mi corazón se dilató: me sentía orgullosa de que hubiera en la tierra criaturas, aunque privadas de razón, que se inclinaban ante mi poder y me eran sumisas por afecto, y alcé hacia Roberto
  • Juanicohas quotedlast month
    una mirada triunfante: ahora él debía saber quién era yo y qué pretendía.

    Pero vi muy bien que todavía yo no le imponía.
  • Juanicohas quotedlast month
    Pero en el momento en que, al contemplarlo, iba a sumergirme en mis visiones románticas, se puso a bostezar terriblemente, de tal modo que volví a caer repentina y bruscamente en la prosa
  • Juanicohas quotedlast month
    Lo obedecí, pero me senté de manera que mi mirada pudiera dominarlo
  • Juanicohas quotedlast month
    Si fueras Marta, qué harías en este momento?»

    Y un pavor tal se apoderó de mí, que la sangre me subió hirviente a la cara.

    —¿Eres miedosa, chiquilla
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