pocas cosas están más arraigadas o son más dañinas que la habitual tendencia a considerar la tierra sensible como un espacio subordinado, ya sea como un plano pecaminoso, plagado de tentaciones, que hay que trascender y superar, o como una región amenazante que debe ser derrotada y sometida a nuestra voluntad, o simplemente como una dimensión un tanto perturbadora que debemos evitar, sustituir y explicar.