Los fariseos (en hebreo perushim, o «separados»), numéricamente mayoritarios, apegados al espíritu y a la letra de la Ley, preconizan la autoridad igual de la Torá y el Templo, y están a la espera mesiánica de un «hijo de David» que librará a Israel de toda impureza pagana y restablecerá el reino de Dios sobre la tierra. Un escrito cristiano del siglo I (en la época en que el cristianismo era una secta judía), los Hechos de los Apóstoles, integrado en el Nuevo Testamento, se extraña de las diferencias dogmáticas entre esos dos grupos, diferencias que se ahondan con el paso de los siglos.