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En el mundo hay un montón de cosas que podrían considerarse mágicas si no fueran reales. Los sueños, por ejemplo. O que un bebé se forme dentro del cuerpo de una mujer; o la reproducción en general. Los castillos. Los árboles. Las ballenas. Los leones. Los pájaros. Los arcoíris. El agua. Las auroras boreales. Los volcanes. Los rayos. El fuego.

¿Es legítimo escribir ensayos filosóficos a propósito de la cultura popular? La respuesta común consiste en subrayar que Sófocles y Shakespeare eran cultura popular en su tiempo

—El cuerpo de Cristo —anuncia Jeff desde el altar mientras levanta un cáliz y un pequeño recipiente de oro con lo que se supone que es el cuerpo del mismísimo Jesucristo.

Miro alrededor para ver si a alguien más le inquieta el tufillo caníbal del asunto.

Toda esta gente ha logrado llegar a la vejez a pesar de lo fácil que es morirse.

Nada puede aliviarme porque cada pensamiento que logro procesar se frustra cuando mi conciencia sale de mi cuerpo para observarme a mí misma.

Por fin me han concedido los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina por mi labor realizada como persona deprimida. Estoy esperando a que la farmacéutica acepte la receta y me entregue la medalla. Gracias a la doctora Chan por nominarme para este honor, y a mi cerebro por atormentarme.

Soy incapaz de controlar el ruido, o los espasmos de mi cuerpo que me retuercen la espalda y el cuello mientras vomito. No tengo ningún tipo de control sobre mí misma, estoy atrapada en este organismo estropeado.

Pero, ¿hasta qué punto la imaginación es distinta de la mentira?

Sin duda posee numerosos sueños vitales, como convertirse en conductor de ferrocarril («Marge contra el monorraíl») y ser dueño de los Dallas Cowboys («Solo se muda dos veces»), pero los sueños no son metas, y Homer no tiene ninguna

resulta útil como vehículo para explorar una variedad de cuestiones filosóficas en favor de un público no especializado