Martin Kohan

No hay escolarización que valga la pena sin leer a Quiroga. El campeón absoluto de ganar niños

Pienso que mi relación con la literatura nunca habría sido la misma si mi madre no hubiera leído tanto tiempo conmigo en voz alta.

todavía sobrevive algo de esa cultura oral alrededor de los libros: los grupos de lectura entre amigas, los clubs de lectura en librerías, en parques o en línea. Los afectos, los vínculos y las comunidades que se tejen alrededor de los libros entusiasman, involucran y dan más ganas de seguir leyendo

para mí todos los libros inclasificables son ensayo y para él todos los libros inclasificables son poesía

Ahora bien, al teléfono ya casi nadie le sigue dando ese uso. Adquirió otros usos, diversos y distintos: máquina de fotos, filmadora, grabadora, agenda, navegador de internet, radio portátil, equipo de música, televisor, reloj. Ya no exactamente un teléfono. Pero se lo sigue llamando teléfono.

Hablar por teléfono: una combinación singular y acaso irrepetible de presencia y ausencia (el otro no está ahí, pero está ahí); de lejanía y cercanía (lejanía: la del “tele”; cercanía: la máxima cercanía del que nos habla directamente al oído, más cerca incluso por ende que en la conversación presencial); de intimidad y de ajenidad (intimidad: estamos solos; ajenidad: hablamos con otro); de afuera y de adentro (hablamos adentro: de nuestra casa, o incluso más: de nuestro cuarto; o incluso más: de nuestra cama; pero con un afuera, el afuera del mundo, que está adentro en cierta forma).

Bizzio pone a funcionar el teléfono al revés: no para producir una ilusión de proximidad, sino para producir una ficción de lejanía. Y no para producir una ilusión de presencia, sino para producir una ficción de ausencia.

El invento genial de los celulares es precisamente eso: la posibilidad de no atender porque es posible saber de antemano quién está llamando. Son artefactos inventados para no comunicarse (de ahí el éxito fenomenal que tienen), pues resulta muy fácil ignorar la llamada”)

A la noche suena el teléfono. Es raro que suene el teléfono en la casa, ni María Teresa ni la madre cultivan amistades; Francisco sí, pero Francisco no está; por estos días entonces casi nunca llama nadie. El timbre del teléfono las sobresalta al sonar.

–¿Quién podrá ser?

La madre se encoge de hombros.

–Fijate vos, Marita.

Se comportan como si en un llamado hubiese algo que temer. María Teresa se arregla el pelo con ambas manos antes de decidirse a le

«¿A partir de qué edad se puede empesar a torturar a un niño?».