en todas las lenguas antiguas la palabra interés significaba «recién nacido»: un cabrito (mash), en sumerio, o un ternero, en griego (tokos) y en latín (foenus). El «recién nacido» que se pagaba en concepto de interés nacía de la plata o el oro, no de ganado prestado (como algunos economistas creyeron una vez, sin reparar en la metáfora que opera aquí). Lo que nacía era la fracción «bebé» del principal, un sexagésimo (1/60) cada mes. (En Grecia, el pago del interés se hacía efectivo en cada luna nueva). El crecimiento era puramente matemático, y el duplicado tenía un «periodo de gestación» que dependía de la tasa de interés.
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