—He estado casado —dijo el habitualmente silenciosos Fufe—. Te diré lo que ella quiere. Quiere tus secretos. Quiere tu alma. Tienes que abrirte y encontrar esa rota y vergonzosa pieza de tu corazón que esconderías del mundo y de Dios mismo si pudieras lograrlo. Y entonces servírsela en una bandeja. No se conformará con nada menos.