final, y por mucho que uno se queje, se abraza la miseria como se abraza cualquier cosa en la que hayamos sido criados: por la fuerza de la costumbre. Supongo que tiene que ver con el hábito, con conocer bien lo que se tiene (lo usual: mejor diablo conocido que por conocer) y gracias a eso, por miserable que sea, saber de memoria sus pasadizos y atajos.