Una vez, cuando era niña, le preguntó a su padre cómo podían saber que no estaban muertos, y Edward la pellizcó; a continuación le pidió que lo pellizcara a él para que él también supiera si estaba vivo, pero ella no lo hizo –en su recuerdo, porque no quería hacerle daño– y durante algún tiempo creyó que, al no hacerlo, había provocado en él una incertidumbre que ya no podría disipar nunca. La desaparición entraña esa falta de certezas y la multiplica, sabe Olivia; cuando una persona desaparece, quienes quedamos atrás comenzamos a creer encontrarla en todo lo que nos rodea, y es ese nuevo estado en el que se encuentra el que nos paraliza y en última instancia nos destruye; no la desaparición sino la aparición –continuada, persistente, inescapable– de la persona desaparecida.