Luisa Borovsky

Ada intentaría conjugar su nacionalismo y su feminismo en una idea de lo nacional que ofreciera un espacio a las mujeres más allá de la esfera privada. En ese intento, de 1913 a 1919 organizó viajes para “niñas, maestras y señoras” por recorridos desacostumbrados de la Argentina, Chile y Uruguay. Además de su propio gusto, la impulsaba el propósito de estimular a otras mujeres “a deponer sus temores y lanzarse a viajar, no diré solas, pero de a dos o tres, o cuatro, independientes y movedizas, olvidadas de prejuicios y falsos escrúpulos, valientes, briosas y alegres”.

No es una expedicionaria como Humboldt pero se sabe precursora de una manera de viajar –sin exigir “comodidades que no fuese posible obtener”– que con el paso del tiempo se llamaría turismo aventura. Y augura que todas las mujeres podrán adquirir la experiencia que mostraron sus guías para recorrer por sí solas bosques, lagos y montañas, porque “tres mujeres indefensas, según el decir de las gentes” en ningún momento percibieron peligro y siempre fueron tratadas con respeto y consideración. Las tres mujeres –“nosotras”, a lo largo del libro– eran la propia Ada y sus dos compañeras pioneras del feminismo, la educadora Sara Abraham y la maestra sanjuanina Mary A. Kenny.

Esta mujer que escaló montañas, recorrió huellas a caballo, en automóvil compartido y a pie, que durmió en refugios, modestas casas de familia y almacenes, declinó el honor de ser considerada una heroína. En lugar de hacer alarde de sus logros, desde sus relatos ejerció el magisterio: promovió el estudio de la historia y la geografía nacional, describió experiencias y paisajes atípicos, con una finalidad social, profesional, en busca de lo argentino. El viaje y su memoria escrita fueron para ella “una manera, y no la menos eficaz, de servir a la patria”.