siempre estamos pasando de justos a pecadores y viceversa, por lo que no importa demasiado reconocer las propias faltas y vicios, y, en concreto, la tendencia de nuestro pensamiento a la deriva, en su impunidad solitaria, a pararse en lo que no debe. Como ya dijo el vulgo, o sea Campoamor, la vida es
pecar, hacer penitencia,
y luego vuelta a empezar.
Basta que la muerte no sea «supitaña» y deje un momento para el trámite final, pues, como dijo Don Juan Tenorio,
un punto de contrición
da al alma la salvación.