De manera que el problema del desapego no tendría que surgir jamás, porque sólo el hombre que posee piensa en renunciar, pero jamás se pregunta por qué posee, cuál es el trasfondo que le hace ser posesivo. Cuando comprende el proceso de poseer, entonces está naturalmente libre de la posesión; no cultiva un opuesto como el desapego. Y la relación será tan sólo un estímulo, una distracción, en tanto estemos usando a otro como un medio de gratificación propia o como una necesidad para escapar de nosotros mismos. Usted se vuelve muy importante para mí porque en mí mismo soy muy pobre, soy nada; por lo tanto, usted lo es todo. Una relación así por fuerza tiene que generar conflicto, dolor; y algo que ocasiona dolor ya no sigue siendo una distracción. Por consiguiente, deseamos escapar de esa relación, y a eso lo llamamos desapego.
Así, pues, en tanto usemos la mente en la relación, no podremos comprender la relación. Porque, a fin de cuentas, es la mente la que nos incita al desapego. Tan pronto cesa ese amor comienza el proceso de apego y desapego. El amor no es producto del pensamiento; no podemos pensar acerca del amor. Es un estado de ser, y cuando la mente interfiere con sus cálculos, sus celos, sus múltiples y astutos engaños, se suscita el problema de la relación. La relación sólo tiene un significado cuando es un proceso en el que uno se revela ante sí mismo, y, si en ese proceso uno sigue profundizando amplia y extensivamente, entonces en la relación hay paz; ya no es la contienda, el antagonismo entre dos personas. Sólo en esta quietud, en esta relación donde fructifica el conocimiento propio, hay paz.
16 de julio de 1949