Como sostiene Tomás de Aquino: «Nada llega al intelecto que no pase antes por los sentidos», aspecto ratificado por muchos neurocientíficos, que han demostrado que todo lo que es capaz de producir experiencias emocionales fuertes acaba influyendo no solo en la reorganización neuroplástica del cerebro, sino incluso en la expresión génica (Gabbard, 2000).