Elfriede Jelinek

Entonces, a través de su frágil psicología, de su tortuosa inexperiencia de las relaciones humanas, comienzan a abrirse paso las fantasías acumuladas y nunca dichas, en las que se mezclan dominio y subordinación, placer y sufrimiento.

Como una multitud de hojas otoñales, entra disparada en la casa e intenta llegar a su habitación sin ser vista.

Pero la hija se halla cada día puntualmente en el lugar que le corresponde: en casa.

Gracias a ella, Erika está casi siempre en casa, y si alguna vez sale, se sabe con certeza dónde anda revoloteando.

Erika lucha contra los lazos maternos y pide con insistencia que no la llame, pero la madre es indiferente ya que solo Ella determina los mandamientos.

La madre también determina sobre la disponibilidad de la hija, lo cual conduce a que sean cada vez menos los que quieren ver o hablar con la hija.

La música ocupa completamente el tiempo de Erika.

Poco a poco, la existencia de Erika pierde flexibilidad.

Casi siempre está de camino a casa cuando alguien la encuentra por la calle.

La madre prefiere herir por sí misma a Erika, y después se ocupa de su curación.