José María García del Monte

Ser consciente de cómo funcionamos al proyectar es la mejor manera de aprender a discernir en qué momento nos encontramos, cuáles son las mejores alternativas para proseguir y qué herramientas críticas podemos emplear para no perdernos en el camino

la invitación a hacer de la colaboración una potente herramienta de aprendizaje.

el estudiante ya no puede acudir simplemente a escuchar, sino que lo que aporte de trabajo propio será el detonante para establecer un diálogo que alcanza al conjunto de la clase.

Si sumamos a esto la especial condición de que se entra a discutir de algo que no domina y que no tiene una solución prefijada, resulta muy difícil entender cuál es el sentido y el alcance de una puesta en común del proyecto (mal llamada “corrección”, pues más que corregir, se dialoga).

La tentación del estudiante es entender la corrección como una suerte de validación del proyecto frente a los gustos del profesor.

Pero los gustos no importan nada. Se trata de conocimiento, no de gustos.

La labor del profesor no consiste de ningún modo en cotejar un proyecto con sus gustos arquitectónicos, sino analizarlo con el conocimiento de que dispone.

ahora bien, el nivel a que debe aspirar un profesor es a saber distinguir lo bueno de lo malo, con independencia de que guste o no.

A eso mismo debe aspirar el estudiante. Claro que, desorientado al principio por su falta de conocimiento sobre la arquitectura, podrá no saber leer en los juicios que se hacen de su trabajo esa objetividad siempre difícil de transmitir.

ir distinguiendo, como decía Oíza
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, dónde hay arquitectura y dónde no la hay.