Él fue el responsable de mi afición por los libros, a la conversación y al cigarrillo. Leía todo el día, era agradable interlocutor y fumaba delicioso, con fruición: era un placer contagioso, invitador, en cada calada aspiraba el universo entero, con ansia, con lujuria, el cigarrillo desaparecía en el rojo vivo del fuego, mientras él desaparecía en una nube de humo azul de sus cigarrillos Pielroja, que iba exhalando poco a poco mientras continuaba hablando. Se veía como una aparición, como algo del más allá. Olía a colonia Farina y a tabaco.