Joaquín Jordá

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    Ariadna fue encontrada por Dioniso en Naxos y desde entonces le siguió en sus hazañas, como amante y como soldado: cuando Dioniso atacó a Perseo en la tierra de Argos, Ariadna le seguía, armada, entre las filas de las locas Bacantes, hasta que Perseo agitó en el aire ante ella el rostro homicida de Medusa, y Ariadna fue petrificada. En el campo quedó sólo una piedra. Ninguna mujer, ninguna diosa tuvo tantas muertes como Ariadna. La piedra en la Argólide, la constelación en el cielo, la ahorcada, la muerta de parto, la doncella con el seno traspasado: todo esto es Ariadna.
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    Pálidas y vastas figuras, tremendas, solitarias, oscuras y desoladas, amantes fatales, misteriosas, condenadas a las infamias titánicas. ¿Qué será de vosotras? ¿Qué será de vuestros destinos? ¿Dónde podrán ocultarse vuestros terribles amores? ¿Qué terrores, qué piedades inspiradas, qué tristezas inmensas y estupefactas se despiertan en el ser humano llamado a contemplar tanta vergüenza y horror, tantos crímenes y tanta desventura?»,
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    Pálidas y vastas figuras, tremendas, solitarias, oscuras y desoladas, amantes fatales, misteriosas, condenadas a las infamias titánicas. ¿Qué será de vosotras? ¿Qué será de vuestros destinos? ¿Dónde podrán ocultarse vuestros terribles amores? ¿Qué terrores, qué piedades inspiradas, qué tristezas inmensas y estupefactas se despiertan en el ser humano llamado a contemplar tanta vergüenza y horror, tantos crímenes y tanta desventura?»
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    Nada sabemos de ellos: son meros nombres de desconocidos que aparecen junto a los de Zeus, Posidón, Hera. Como si los olímpicos hubieran sido en un tiempo mucho más numerosos y llevaran consigo la sombra de aquellos divinos hermanos desaparecidos.
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    Las princesas ya conocían el laberinto, pero ante los ojos de todos: era una explanada para la danza. No sabían, nadie se lo habría dicho, que cuando los cretenses comenzaron a ocuparse demasiado de los griegos y su padre Minos preparaba el asalto del continente, había llegado también el momento de cubrir los propios secretos, y avergonzarse al fin de ellos.
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    Desde entonces, y hasta hoy, el misterio es también aquello de lo que nos avergonzamos
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    Ahora el Toro se aleja y se avecina el héroe ateniense. Parecen enemigos, pero se acercan con soltura. La escena ya está preparada. A Ariadna ya no le esperan historias monstruosas, sino historias sórdidas. No el palacio infantil y real, sino los pórticos y la plaza, donde hombres astutos y duros aprovechan la primera ocasión para herirse por la espalda, donde la palabra, que en la isla servía para hacer las cuentas de las reservas de provisiones, se vuelve soberana, vibrante y reverenciada
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    Se habían conocido como enemigos, y deberían haberse matado. Pero, cuando se vieron y estaban a punto de batirse en duelo, se admiraron. A cada uno de ellos le gustaba la belleza y la fuerza del otro. A partir de entonces se hicieron compañeros de aventuras. Y nunca Teseo fue tan feliz como con Pirítoo, al inventar hazañas escarnecedoras, al realizarlas, al contarlas después. Ambos sabían, habían visto el mundo, habían matado bestias míticas, habían raptado a jóvenes reales. Nada podría separarles, desde luego no una mujer.

    Un
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    Cuando Heracles salve a Teseo, arrancándole a la fuerza de aquel asiento, jirones de carne quedarán pegados a él. Por este motivo, se decía, los chicos de Atenas tienen nalgas menudas y magras.
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    Hay un rasgo de impiedad en Teseo, una indefectible insolencia que anuncia a Alcibíades. Cuando, con su amigo Pirítoo, decide su expedición a los infiernos para raptar de nuevo a Perséfone, como en una parodia, se piensa en Alcibíades a quien sus denostadores acusan de recitar los misterios con heteras y vagabundos. Y, al igual que el mismo Alcibíades guiará un día, con absoluta solemnidad, el cortejo a Eleusis, a lo largo de la Vía Sacra, también Teseo preside los ritos más íntimos de la ciudad. Jugaban con los secretos porque los conocían, porque les pertenecían desde su nacimiento.
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