LA CIENCIA MODERNA no habría nacido sin un cambio de actitud ante el mundo en torno, que se manifestó primero en la magia. En los siglos XV y XVI la magia conoce un auge considerable. Todos los pensadores importantes de la época son sus entusiastas partidarios. Ficino, Pico della Mirandola, Patrizzi, Pomponazzi, Bruno, Campanella, el mismo Kepler escriben tratados o ensayos de astrología y de magia. La Iglesia misma se vuelve aceptante. Los edictos que la reprimían caen en desuso; aunque aún se condena la «magia demoniaca», es decir aquella que acude a fuerzas sobrenaturales, se admite la «magia natural». La astrología, combatida durante siglos en nombre del libre albedrío, acaba siendo objeto de un compromiso: se autoriza, en los límites en que se considera un conocimiento «científico». Es que, en efecto, la época no distingue con claridad entre magia y ciencia. Ambas formas de conocimiento coexisten porque parecen responder a una actitud común ante la naturaleza. P