Ana Isabel Sanchez Diez

Si volviésemos a nuestras raíces de hacer, crear y diseñar, nuestro mundo sería un mejor lugar donde vivir.

Belleza sin vanidad

fuerza sin insolencia

valor sin ferocidad

—

John Hobhouse (1786-1869)

Siempre me han fascinado las cosas bellas: la arquitectura, los muebles, los libros. Las cosas bellas se preparan con amor. El acto de crear algo bello es una manera de aportar el bien al mundo. Es un hecho lleno de optimismo que, de una manera sencilla, nos dice: la vida vale la pena.

El esfuerzo por crear una belleza duradera no depende del estilo, sino de la verdad. La belleza es lo que confiere inmortalidad a las cosas.

La belleza es resiliente, afirma la vida, la retroalimenta.

Cuando los astronautas van al espacio y observan la Tierra, experimentan una intensa conexión espiritual con ella, impactante y bella a la vez. Se trata de una epifanía profunda: el descubrimiento de la relación inseparable entre el cosmos, la Tierra y la humanidad. Es un momento de transformación, de catarsis, un cambio cognitivo irreversible.

Esta experiencia recibe el nombre de «efecto perspectiva»: el momento en el que se ve en primera persona la realidad de la Tierra desde el espacio. Se comprende enseguida que es una bola de vida minúscula y frágil, suspendida en el vacío, protegida y alimentada por una atmósfera finísima. Los astronautas se refieren una y otra vez a la belleza abrumadora, casi indescriptible, y a la toma de conciencia de que el Sol, la Luna y la Tierra, nuestro universo y todos nosotros, estamos hechos del mismo material atómico. Todos estamos interconectados en el nivel de los átomos. La Tierra es un sistema del que todos formamos parte y en el que existe cierta unidad, lo cual también tiene consecuencias para todos nosotros.

Ves las cosas tal como las ves con los ojos, pero las experimentas de una forma emotiva y visceral, como si fuera un éxtasis y una sensación de unidad y armonía totales. Las moléculas de mi cuerpo, las del cuerpo de mis compañeros y las de la nave espacial se habían diseñado a partir de las estrellas de una generación antigua. Dicho de otro modo, quedó bastante claro... que todos somos polvo de estrellas.

La armonía, la simetría y las matemáticas apuntan a esta elegancia atómica.

Lo que de verdad distingue al diseño Shaker es algo que trasciende la utilidad, la sencillez y la perfección: una belleza sutil que se basa casi por completo en la proporción. Existe armonía en las distintas partes de un objeto Shaker. De hecho, existe armonía dentro y entre todos los objetos Shaker, ya sean sillas, cubos, tocas, una sala de estar, un granero, un huerto, la propia tierra... La principal creencia Shaker era que la apariencia externa de todas las cosas revela su espíritu interior.

filósofo Ralph Waldo Emerson dijo que la cuestión de la belleza nos aleja de la superficie y nos lleva a pensar en los fundamentos esenciales de las cosas. Esta perspectiva es fundamental para comprender que un buen diseño puede afectar a nuestra vida en el detalle más mínimo, y que es básico para la belleza y para todo lo que traemos al mundo.

William Morris dijo una vez: «No tengas en tu casa nada que no sepas que es útil o que no consideres bello».