Gabriela Ponce

le estoy agradecida porque sus palabras o sus gestos hacen siempre que tome las decisiones más viscerales.

Sentada frente a ella, mirándola desayunar sus huevos tibios, se me ocurrió que la única salida era irme, que me aterra su soledad y su vida y que la amo tanto que se me vuelve insoportable tenerla cerca, sin sentir la necesidad de hacerla feliz o culparla por todo, que es incluso imposible escucharla sin que sus palabras me maten.

Demasiado para ambas, soportar la dicha.

De esa última vez que nos vimos me acuerdo también de otras cosas. Me acuerdo haberle visto largo a los ojos y haber sentido la culpa con un latido en la boca del estómago y haber sentido, además, la certeza de que seguiría despidiéndome la vida entera, una pérdida tras otra, y el cuerpo que aguanta todo.

qué es amar sino esa primera soledad inmanente puesta en la vida de alguien más.

El poeta camina a mi lado y siento que todo es seguridad, y al mismo tiempo siento que ese todo puede cambiar de modos tan radicales que el cuerpo no alcanza a entender.

cuyo desamor me constituye,

Le digo mi papá ha sido cualquier cosa, menos mi papá.

creaba escondites para, al atardecer, poder llorar en paz y, a veces, ahí, en esos escondites, me quedaba dormida.

No creo que esté enamorado de mí, pero estoy segura de que me quiere y que para él el amor es, por sobre todo, una incondicionalidad visceral que no descansa.