Fíjate en que el momento límite entre nuestro régimen de luz sobre lo real y lo real dado es precisamente el momento en que perdemos la luz: la muerte. Toda civilización ha establecido alrededor de ese momento límite su identidad, su cosmología o su Weltanschauung. No conozco una sola ficción en la que un ser humano haya muerto sin pronunciar o tratar de pronunciar unas últimas palabras, que siempre son sometidas a una fuerte violencia interpretativa, como si fueran un resumen o una sublimación de todo lo que pensó y creyó y sintió durante su vida.