He aquí la mayor evolución: la continuidad con el funcionamiento genético y molecular de este inmenso sistema planetario del que somos tan solo una pequeña parte. Cuando enseño, casi siempre leo las instrucciones para morir o estas descripciones de los elementos durante los diez minutos de savāsanā (postura del cadáver), mientras los alumnos están acostados, el salón está oscuro y la respiración colectiva se va aquietando. Si no se la trata como una práctica de morir, el savāsanā queda reducido a un ejercicio de relajación, divorciado de su propósito de ser una meditación sobre la transitoriedad y, por extensión, sobre la gratitud.