Diego Enrique Osorno

Hay una tormenta de mierda cubriendo todo, aunque seguramente habrá quienes no ven nada. Que tienen el cielo despejado. O que ven una lloviznita de mierda bonita nada más. Quizá por eso es importante la crónica, porque ayuda a mirar tormentas de mierda que no se ven. Una buena crónica puede lograr hasta que huelas lo que te está contando. Y lo que vive el mundo huele mal. En serio. Hay un sistema coprófago que perfuma las historias. El reto que tiene nuestra crónica es contar el olor que oculta la muerte. No es fácil, porque es tanta la mierda que nos inunda y desde hace tanto tiempo que nos hemos acostumbrado a su aroma.

Buscar es uno de los verbos trágicos del presente mexicano.

Para algunos periodistas, una forma de cumplir «nuestra parte» era mirar y acompañar el MPJD fundado por Javier Sicilia y decenas de víctimas con el fin de intentar hacer algo para oponerse a la guerra contra el narco

Como decía Lenin, la confianza está bien, pero el control es mejor: esa noche no saldrán hacia el lugar final del encuentro.

A la mañana siguiente se mantiene la alerta, pero también la espera. Te la pasas intentando leer un ensayo de Houellebecq sobre Lovecraft sin lograr la concentración necesaria. Es obvio que la vida no tiene sentido, pero tampoco la muerte: es la única frase que retienes

La conexión entre ambos mundos permitió que un día lo buscara el escritor Roberto Bolaño, que vivía en Barcelona y, pese a haber publicado ya Los detectives salvajes, aún no era famoso. Gracias a cientos de noches de insomnio e internet, Bolaño se había convertido en un especialista en la crisis de los feminicidios en Ciudad Juárez. Compartía hipótesis y teorías con Sergio, a quien llegó a pedirle que le transcribiera actas del levantamiento de los cadáveres para algo que estaba escribiendo

Sergio no era cercano al zapatismo ni murió sin cicatrices a causa de ser consecuente. Sus investigaciones en Ciudad Juárez le generaron varias heridas internas y externas. Entre estas últimas, una cojera derivada de la tortura que le practicaron con un picahielos en las rodillas

Zambada escucha con atención. No sabes si está fastidiado con la verborrea o si está procesando y analizando cada nombre, cada dato, cada evento, cada anécdota. Esa característica te resuena durante las tres horas que finalmente dura el encuentro: es alguien que escucha mucho más de lo que habla, aunque, cuando habla –lo cual hace con tono tranquilo–, su voz es implacable. Se impone el silencio.

A la par que Marcos se convertía en una figura global de la rebeldía, una especie de Andy Warhol capaz de transformar la lucha guerrillera en algo espectacular,

Imaginar y luchar son verbos que vienen a mi cabeza cuando pienso en los zapatistas. Por eso tenía sentido el delirante irrumpir de una montaña quimérica en la oceánica realidad pandémica del momento